Tuve la oportunidad de saludar a Iván
Fandiño en un par de ocasiones, sobre todo a raíz de la concesión del
premio al Mejor Quite de la Feria de San Mateo de Logroño 2013. La
organización de la entrega del mencionado galardón no fue sencilla. Ni
el torero ni su equipo lo pusieron fácil. Cuando finalmente recogió el
trofeo en un asador en la calle Laurel admito que me sorprendió. Como
buen vasco fue parco en palabras, distante, pero también serio y
responsable. Aquella tarde (en plena Feria de San Mateo 2014) había
toreado en la logroñesa plaza de La Ribera. Las cosas no fueron bien.
Llegó a escuchar algún silbido. Sus primeras palabras, antes de
agradecer el premio, fue disculparse por su actuación.
Iván
Fandiño siempre dignificó su profesión, ser torero. Nunca fue un matador
mediático, más bien era torero de aficionados. Lidió todos los
encastes. Su muerte en la arena le ha elevado a la categoría de mito y
le ha proporcionado en el imaginario popular el sitio que nunca
consiguió en vida. Siempre recordaré aquel 2 de junio del 2012 en Las
Ventas, un perfecto ejemplo de toda su trayectoria. Allí estaba yo. Le
vi rozar la gloria gracias a una faena realizada de forma íntegra con la
derecha ante un noble toro de Adolfo Martín. Me emocionó. Las Ventas
enmudecieron. Se me erizó el vello. Entonces alguien gritó por la
izquierda y todo acabó emborronándose. Lo que pudo haber sido no fue.
Reconozco
su valor. Su forma de ejecutar la suerte suprema me encogía el corazón.
También su perseverancia y lucha contra el escalafón. Con su encerrona
en Las Ventas en 2015 colgó el "no hay billetes" e ilusionó a los
aficionados de toda España y Francia. Aquel día acudimos en tropel a Las
Ventas dispuestos a coronar al nuevo rey de los toreros. Fue su apuesta
personal para asaltar el cielo del escalafón taurino. Desgraciadamente
las cosas no salieron como estaba previsto, pero al César lo que es del
César, salvo José Tomás no creo que haya nadie capaz a día de hoy de
generar esa expectación. Yo estuve allí y recuerdo el hormigueo que
todos teníamos cuando comenzaba el festejo. También la decepción a la
vuelta. La misma que supongo que sintió Iván Fandiño el 16 de junio de
2012 cuando con motivo del cincuenta aniversario de la bilbaína Vista
Alegre se encerró con seis toros. Yo estuve allí y recuerdo la lluvia,
pero también los asientos vacíos, tendidos desangelados, frío.
La vida es una suma de triunfos y derrotas. Creo que Iván Fandiño tuvo más éxitos y fracasos dado que consiguió su sueño, ser matador de toros. Nunca conocí al hombre que se escondía detrás del torero, aquel que durante el invierno, sin gomina en el cabello, se perdía en el frontón logroñés del Adarraga para disfrutar de su otra pasión, la pelota. Doy fe que sólo los buenos aficionados, que también acuden a los frontones, eran capaces de reconocerlo. Me dicen que esos momentos se mostraba más humano y cercano que durante la temporada.
El León de Orduña ha dejado de rugir. Descanse en paz.
La vida es una suma de triunfos y derrotas. Creo que Iván Fandiño tuvo más éxitos y fracasos dado que consiguió su sueño, ser matador de toros. Nunca conocí al hombre que se escondía detrás del torero, aquel que durante el invierno, sin gomina en el cabello, se perdía en el frontón logroñés del Adarraga para disfrutar de su otra pasión, la pelota. Doy fe que sólo los buenos aficionados, que también acuden a los frontones, eran capaces de reconocerlo. Me dicen que esos momentos se mostraba más humano y cercano que durante la temporada.
El León de Orduña ha dejado de rugir. Descanse en paz.
(artículo publicado en purezayemoción el 19/06/2017).
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