lunes, 16 de marzo de 2015

Taurida

En la confluencia entre dos mares y un océano, a medio camino entre dos continentes, existe una nación en permanente inestabilidad, Tauridia. Este sorprendente lugar es único. Otto Von Bismarck, "Canciller de Hierro", y legendario líder de unos de sus pueblos vecinos, los teutones, reconoció, muy a su pesar, que éste es "el país más fuerte del mundo, lleva siglos tratando de destruirse a si mismo y todavía no lo ha conseguido”. Su capital, Villa y Corte, hace ahora treinta años, se dejó sorprender por un grupo de jóvenes juglares y artistas que al calor que produce la libertad recién estrenada inventaron nuevas formas creación. De hecho, al igual que la mítica Invernalia, Tauridia había sufrido un largo invierno de cuarenta años con bajas temperaturas debidas a la falta de libertad.

Al margen de sus múltiples aventuras y desventuras, de las hazañas de sus héroes, o las cobardías de sus villanos, si hay algo en lo que los habitantes de tauridia siempre han coincidido es el respeto al toro. Los nuevos creadores no fueron una excepción. Destacar que las corridas de toros de tauridia son la última expresión de un antiguo rito de vida y muerte en torno toro que en otras épocas llegó a celebrarse en ambas orillas del Mediterráneo. Desde Creta a París o Roma. 


Volvamos al tiempo de los jóvenes juglares y artistas, hace tres décadas. En aquellos años hubo un "Viejo profesor", también filósofo, además de mecenas, D. Enrique Tierno Galván para quien"los toros son el acontecimiento que más ha educado social e incluso políticamente al pueblo" de Tauridia. Para D. Enrique las corridas de toros no son un simple espectáculo. Son uno de los fundamentos de la existencia de Tauridia. Sostenía este ilustre pensador que si algún día los habitantes de tauridia fueren o no fueren a los toros "con el mismo talante con que van o no van al cine, en los Pirineos, umbral de la Península, habría que poner este epitafio: Aquí yace Tauridia”.





De idéntica forma que en Camelot los Caballeros de la Mesa Redonda inspiraron cantares y poemas, los toreros, hombres que se enfrentan al toro sin otra defensa que su valor, han sido objeto de canciones y rimas en Tauridia. Jaime Urrutia y su grupo ya frecuentaban a comienzos de los ochenta las tabernas y baretos de la Villa y Corte homenajeando al legendario Belmonte, mito de Tauridia:




Juan Belmonte en el ruedo,
una estatua de pasión,
sólo él me conmovió.

Cito a la muerte
con la ‘luger’ en la mano,
sangre española rodó rabiosa de su sién.
Juan Belmonte en el ruedo,
una estatua de pasión,
sólo él me conmovió.

Para, templa y manda,
el pasmo ya no anda.

Seduce a tus amigos
y diles la verdad,
después de él nadie más

Sangre española ¿A qué toro te arrimas hoy?
Una pistola puso fin a tu valor.
Sangre española ¿En qué plaza toreas hoy?

Para, manda y templa.
Belmonte nunca tiembla.

Seduce a tus amigos
y diles la verdad,
después de él nadie más

Sangre española ¿A qué toro te arrimas hoy?
Una pistola puso fin a tu valor.
Sangre española ¿En qué plaza toreas hoy?



En aquellos años el favorito de Las Ventas, plaza de toros de la Villa y Corte, es Antoñete, el torero del mechón blanco. Los jóvenes músicos admiran tanto su valor como su capacidad para seducir actrices de ronca voz. El propio Jaime Urrutia reconocía años más tarde que este matador “fue, sin dudar, el reactivo que hizo que antiguos y desengañados aficionados volvieran a los tendidos, de la misma forma que chavales de mi edad acudieran a ellos por primera vez. La prensa taurina y la intelectualidad de la Movida acogieron con curiosidad y simpatía el suceso de que gente joven y moderna se interesara, de repente, por los toros. Nosotros, ya junto a otros amigos de nuestro entorno de la noche, rockeros, pintores y buscavidas diversos, disfrutábamos al máximo de cada día de corrida y hacíamos un rito del hecho de ir a ver torear a Chenel”. Mítica fue su faena del 7 de junio de 1985 ante el toro Cantinero.



 




Tauridia, por tanto, no se comprende sin su pasión por las corridas de toros. Todo el país se paralizó el 1 de junio de 1982. Fue la corrida del siglo. Toros de Victorino Martín para Ruiz Miguel, Esplá, y José Luis Palomar. El público abandonó los tendidos de la plaza emulando los pases en las bocas de metro. Los jóvenes rememoraron las series de los maestros una y mil veces en garitos donde de fondo sonaba un tango de Malevaje. Los mismos lugares donde meses más tarde lamentaron la muerte de Yiyo en la plaza mientras tomaban conciencia de su propia muerte.

El tiempo, inexorable, ha seguido su camino. Los jóvenes buscavidas crecieron y pasaron de pequeños locales a llenar los teatros mas importantes de Tauridia. Jaime Urrutia, Edi Clavo, Ferni Presas, García-Alix, Antonio Bartrina, Javier de Juan, o Teo Escamilla revolucionaron la Gran Vía de la Villa y Corte exprimiendo una libertad recuperada mientras buscaban lo nuevo en lo más profundo de tauridia, en aquello que forma parte de su propia entidad, las corridas de toros.





Hoy una nueva generación de jóvenes cronistas y artistas ocupa su lugar, como Covadonga del Peso, quien el pasado sábado 8 de marzo, invitada por la Peña Taurina El Quite de Logroño repasó la estrecha relación existente entre los toros y la movida. Covadonga del Peso, ha trabajado en diversos medios taurinos, si bien colabora en la actualidad con la publicación “Cuadernos de Tauromaquía”. Gracias Covadonga por recordar las calles y plazas de la Villa y Corte en unos años donde la imaginación, la creación artística, o la simple provocación, estaban presentes en cada esquina. Dejemos sitio y cedamos el paso a una nueva generación de jóvenes, que afortunadamente frecuenta las plazas de toros,  y como la propia Covadonga, busca su sitio. ¡Larga vida a Tauridia!

martes, 3 de marzo de 2015

De profesión, funcionario.

Me apunto. Como buen español sueño con ser funcionario. Empleo garantizado para el resto de mi vida. Sueldo seguro. Me gustaría trabajar en el Ministerio del Tiempo. Creo que Aura Garrido prepara oposiciones los lunes por la noche en una academia. Según tengo entendido todavía quedan plazas libres. 

El temario, aunque extenso, no es muy complicado, Historia de España. Invasiones varias. Alguna que otra guerra. Un imperio venido a menos. Reyezuelos, dictadores, u ociosos aristócratas dirigiendo una tragicomedia que dura ya más de 2.000 años. Pese a semejante elenco  protagonista destacan  los secundarios. De lujo. Ellos solos justifican la existencia de un país llamado España; Lope de Vega, El Empecinado, El Marqués de la Ensenada o Velázquez. 


No puedo ni imaginar lo que tiene que ser desayunar con El Gran Capitán, almorzar con Goya, comer con Antonio Machado y acabar la jornada de copas con la Generación del 27 mientras amanece en el cortijo de Sánchez Mejías y Federico García Lorca toca el piano. Si discutes con tu pareja puedes llamar a Celestina. Lo peor que te puede pasar en acabar en Numancia. Allí se pasa hambre. Mucho mejor Córdoba, tienes unos baños públicos que ya quisieran los parisinos. Si hay suerte acabas dando la vuelta al mundo con Magallanes y Elcano. Un consejo, cuidado con el clero, a la que puede te prende fuego y se queda con tus ahorros. Todo es cuestión de puertas. 

Originalidad. Comedia inteligente. Historia de España, mucha Historia de nuestro país servida con ironía y ritmo. Con seguridad, de lo mejor que ha hecho Televisión Española en años. Así es "El Ministerio del Tiempo", la nueva serie de RTVE.
 


Epopeya de una ganadera



Homero compuso en el siglo VIII a.C. “La Odisea”, poema épico compuesto por 24 cantos a través de los cuales nos narra la vuelta a casa de Ulises rey de Itaca  tras participar en la Guerra de Troya. En Itaca, su isla, Ulises dejó a su esposa Penélope al cuidado de su casa y de su hijo Telémaco. Contra todo pronóstico, y de un modo irracional, basándose en el amor a su esposo y su familia, Penélope fue rechazando uno tras otro a todos sus pretendientes, quienes sólo buscaban dilapidar las riquezas que su marido. Finalmente, después de veinte años,  Ulises consiguió regresar convertido ya en un héroe gracias a su intervención en la Guerra de Troya.



Rita Vaz es una especie de Penélope del siglo XXI. Hace ya dos décadas que su abuelo le legó un tesoro genético; La Ganadería Vaz Monteiro. Ella es la actual propietaria del hierro más antiguo de Portugal, Vaz Monteiro, con encaste propio y cuya antigüedad se remonta a 1843. Como Penélope lleva veinte años esperando el regreso de su héroe, de un semidios. El toro bravo.



Contra todo y todos, incluida la opinión de su propia familia que creía que aquellos toros no valían para nada, Rita se propuso demostrar que si servían. No humillan. Se equivocan pensó. Mis toros humillan. Decidió entonces cuidar, alimentar, y vacunar, como si se tratasen de sus propios hijos a unos toros y vacas que desde entonces son parte de su familia. Ellos, en pago de sus desvelos, humillan.



Es imposible conversar con Rita y no hablar de sus “niños”, del profundo amor que les profesa. Es ganadera, pero también aficionada y persigue un toro que embista en cada acometida. No quiere en su finca un animal de carretón persigue un trapo. Ama sus toros, mima sus vacas y escoge con sumo cuidado sus sementales. Si los toros son un reflejo de su ganadero no cabe duda que los Vaz Monteiro son animales temperamentales, bravos, que no evitan el combate, pero también nobles.


 

La suerte de varas es imprescindible en casa de Rita. Como ella misma reconoce, cuando un toro empuja al caballo es un combate entre el dolor y el valor. El toro debe demostrar su carácter. Es el único momento de la lidia en el que animal tiene dos opciones, sobreponerse al dolor y demostrar su bravura aceptando el combate o rechazarlo. No basta con aceptar una vez. La vaca brava que anhela Rita debe luchar varias veces. Tiene que entregarse aunque su cría este berreando reclamando alimento. La madre es un animal bravo que prefiere por un momento la lucha. Para conseguirlo todo debe hacerse sin prisas. Las vacas aqui se tientan con cuatro años, cuando ya han criado y están en su madurez. De esta forma las futuras madres pueden mostrar su carácter. A fin de cuentas, veinte años no son nada.