domingo, 16 de agosto de 2015

Afrancesados, liberales, o masones.

El 11 de diciembre de 1813 con la firma del Tratado de Valençay Napoleón restituía a Fernando VII, mal llamado El Deseado, en el trono de España como monarca absoluto. Vuelta al Antiguo Régimen. Un paso atrás. Cerrojazo a las nuevas ideas. Comenzaba para muchos compatriotas, los “afrancesados”, un tiempo de desilusión. Los afrancesados, término despectivo y peyorativo con el que han pasado a la Historia, eran ante todo un grupo españoles amantes de su país, baste con nombrar a Goya, pero a la vez también seguidores de las ideas reformistas de La Ilustración. La mayoría acabó sus días en el exilio. Fue el primer gran éxodo intelectual de nuestro país. Desgraciadamente tampoco fue el último.
 


La fiesta de los toros, unas de las mayores aportaciones de España a la cultura universal, vive momentos convulsos. No pretendo comparar al actual oligopolio empresarial y su camarilla de cronistas, secretarios, o palmeros con la corte de Fernando VII, ni tampoco afirmar que todo cuanto procede del país vecino es bueno, Simón Casas tiene pasaporte galo, pero sí dejar constancia que muchos aficionados nos sentimos afrancesados. Cada año nos exiliamos unos días y cruzamos los Pirineos en busca de otra forma de concebir la fiesta de los toros. Los mimbres para una corrida de toros son iguales en Francia que en España, pero el cesto que resulta es muy diferente. Vic-Fesenzac es un ejemplo.

Ser liberal, afrancesado, o masón en la España del XIX tenía sus consecuencias. El 1 de enero de 1820 tuvo lugar el pronunciamiento del teniente coronel Rafael de Riego. Militar y liberal, lo que se dice un garbanzo negro, Riego acabó en el patíbulo tres años más tarde por obra y gracia del Fernando VII y sus ministros. Su crimen, querer regenerar España.

Muchos aficionados anhelamos la emoción, el toro íntegro y bien presentado, la variedad de encastes, los tres tercios en la lidia, desterrar las prisas, y sobre todo respeto. En definitiva, regenerar las corridas de los toros. Cada temporada peregrinamos a los santuarios galos en busca de otra Fiesta. La Tauromaquia es Cultura, pero tiene mucho de liturgia, y como tal hay que tratarla.


 


Vic-Fesenzac no supera los 4.000 habitantes. El aforo de su plaza de toros es de 7.000 personas. Durante la feria de Pentecostés esta localidad francesa duplica su población. Su plaza de toros, "Les Arènes Joseph Fourniol", es el centro de todo. El coso permanece abierto prácticamente doce horas al día. En los bajos diferentes artistas exponen sus obras. Un auténtico centro cultural rodeado de carpas con ambiente lúdico donde la cerveza, el armagnac, o el foie gras a medida que avanza la jornada, son el aperitivo de improvisadas tertulias con aficionados de ambos lados del Pirineo. No olvidan nuestros vecinos que el toro es el centro. Cualquier persona, tenga o no una entrada, puede visitar los corrales sin problema alguno y observar los astados que se van lidiar al día siguiente. No conozco otra forma más barata y fácil de promocionar una corrida de toros.

Foto: André Viard



Apostar por el encaste Santa Coloma tiene sus consecuencias. Implica buscar refugio en Francia o desaparecer. Lo mismo que los afrancesados, liberales o masones. Patíbulo o exilio. En los últimos años los cosos franceses se han convertido en el último reducto de todos aquellos ganaderos que crían otro tipo de toros. En la matinal del pasado domingo de Vic-Fesenzac se lidió una corrida de la ganadería de Valdellán. Toros bien presentados, encastados, bravos, aplaudidos en el arrastre y un sexto toro, de nombre Cubano, que protagonizó una suerte de varas extraordinaria. Lucha titánica entre un toro que se arranca desde el centro del ruedo y un caballo ligero de la cuadro de Alain Bonijol que se convierte en una prolongación del picador Iván García. El equino se mueve adelante y atrás citando al astado. El toro acepta el combate y empuja con los
 riñones una, dos, tres y hasta cuatro veces. El público en pie. La música sonando. Emoción. Sublime espectáculo.
 
Por unos instantes soy feliz y me siento afrancesado, masón, o liberal. Encuentro en Francia una forma de concebir la Fiesta de los Toros a la los españoles, cortos de mira pero con clavel en la solapa, no dan la más mínima oportunidad.



 

Volveré a Vic-Fesenzac el próximo año, primero para agradecer a Christopher su hospitalidad, aunque esa es otra historia que les contaré mañana. Un consejo, vayan a Orthez el 26 de julio.



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